El Evangelio del día 6 de agosto nos presenta uno de los momentos más intensos y significativos de la vida de Jesús: la Transfiguración en el monte. En este episodio, Jesús revela a sus discípulos una luz divina que anticipa su gloria futura, un signo profundo de su misión y de su identidad como Hijo de Dios.

Nos encontramos ante uno de los episodios centrales de la misión terrenal de Jesús: la Transfiguración en el Monte. El Evangelio del día 6 de agosto nos relata con detalle el acontecimiento del monte de la oración y, al mismo tiempo, de la revelación. Jesús sube con Pedro, Juan y Santiago a un monte para orar. Este lugar, alto y apartado, representa simbólicamente el encuentro entre el cielo y la tierra, un punto privilegiado de diálogo con Dios. La oración es el elemento central: es en el silencio y en la comunión con el Padre donde ocurre la revelación.
El rostro de Jesús cambia de aspecto y su vestidura se vuelve resplandeciente, signo evidente de su naturaleza divina que se manifiesta, aunque solo por un instante, a los discípulos. Una luz divina lo envuelve. El monte se convierte así en el escenario de una visión que deja una huella indeleble en el corazón de los testigos.
Evangelio del día, 6 de agosto: el monte de la oración
Del Evangelio según San Lucas
Lc 9,28b-36
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte para orar.
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y su ropa se volvió blanca y resplandeciente.
Y he aquí que conversaban con él dos hombres: eran Moisés y Elías, que aparecieron en gloria y hablaban de su éxodo, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero al despertarse, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Cuando estos se separaban de Jesús, Pedro le dijo: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía.
Mientras decía esto, se formó una nube que los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y desde la nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido; ¡escuchadlo!».
Cuando cesó la voz, Jesús quedó solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Es el evangelista Lucas quien nos relata el episodio de la Transfiguración del Señor. Mientras Jesús se encuentra en el monte de la oración, dos figuras emblemáticas de la tradición judía aparecen junto a Él: Moisés y Elías. Moisés, el gran legislador, representa la Ley; Elías, el profeta por excelencia, simboliza la Palabra y la profecía. Ambos hablan con Jesús del su “éxodo” inminente., es decir, de su pasión, muerte y resurrección.
La reacción de los hombres
Surge, por tanto, una pregunta espontánea. ¿Cómo reaccionan los hombres al encuentro con lo divino? Los discípulos están oprimidos por el sueño y solo al despertar ven la gloria de Jesús y la presencia de Moisés y Elías. Este detalle puede interpretarse como un símbolo del esfuerzo humano por comprender y acoger la revelación divina. Pedro, tomado por el entusiasmo, propone construir tres cabañas, quizá para fijar y prolongar ese momento de gracia, pero no comprende plenamente el significado de lo que está sucediendo. Su palabra ingenua y espontánea indica cómo a menudo el hombre reacciona al encuentro con lo divino con cierta confusión o temor.
El llamado a reflexionar
El episodio de la Transfiguración de Jesús, narrado en el Evangelio de hoy por el evangelista Lucas, invita a cada uno a reconocer en Jesús la luz y la verdad de Dios, a caminar con confianza hacia su palabra, incluso cuando el camino es difícil y oscuro. Es una invitación a no quedarse en la superficialidad, sino a buscar la profundidad de la fe a través de la oración, la escucha y el seguimiento de Cristo, el Hijo amado del Padre.
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