Con el Evangelio del día del 17 de agosto nos encontramos ante un anuncio de Jesús que sacude y sorprende. La propuesta de Jesús no es una paz fácil, sino un fuego capaz de transformar. Es una invitación a elegir, incluso cuando eso implica división.
La lectura del Evangelio del día del 17 de agosto nos lleva a reflexionar con atención sobre lo que Jesús quiere enseñarnos con sus palabras. Cristo, en esta ocasión, nos habla de “fuego en la tierra”; no se refiere a una llama que destruye, sino a un fuego de amor que quema lo superfluo e ilumina lo verdadero. Se trata del fuego del Espíritu Santo, capaz de purificar el corazón y empujarlo a decisiones valientes. Este ardor interior no deja las cosas como están: o se acoge y uno se deja transformar, o se rechaza y se apaga.
Dolor y gloria son dos palabras centrales en el análisis de las palabras de Cristo Jesús. El Señor sabe que su misión pasa por un “bautismo” de sufrimiento: la Pasión y la Cruz. No es un dolor estéril, sino un paso que trae salvación. La angustia que siente es la de quien ama hasta el extremo y sabe que cada renuncia será fecunda. El fuego que quiere encender no nace sin sacrificio: es la llama que iluminará el mundo desde la Cruz.
La fe auténtica, así como el coraje y las decisiones radicales, nunca es neutral. La fe auténtica puede poner en cuestión costumbres, mentalidades e incluso lazos familiares. Aceptar a Cristo significa a veces entrar en conflicto con el pensamiento común y elegir la verdad incluso cuando es incómoda. En tiempos modernos, es necesario acoger este fuego de Cristo Resucitado. Hacerlo significa elegir la coherencia, incluso cuando nos cuesta incomprensiones. Es amar con fuerza y verdad, sin compromisos. El fuego de Cristo no quema para destruir, sino para renovar: encenderlo en el corazón significa llevar luz donde reina la oscuridad y esperanza donde todo parece perdido.
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