Lo que se nos presenta con el Evangelio del día del 10 de septiembre es un tema muy querido por Jesús: las Bienaventuranzas. Palabras que parecen paradójicas, pero que encierran la lógica nueva del Reino de Dios, capaz de derrumbar las certezas humanas y abrir a la verdadera esperanza.
Jesús levanta la mirada hacia los discípulos y pronuncia palabras que desconciertan. Bienaventurados los pobres, bienaventurados los hambrientos, bienaventurados los que lloran. Con el Evangelio del día del 10 de septiembre entendemos que no hay nada de romántico en la pobreza, en el hambre o en el dolor, y sin embargo el Señor llama “felices” a quienes viven estas situaciones, porque Dios mismo está cerca de ellos. La bienaventuranza no es un premio futuro, sino una promesa ya presente: “vuestro es el Reino de Dios”.
Del Evangelio según san Lucas
Lc 6,20-26
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:
«Bienaventurados vosotros, los pobres,
porque vuestro es el Reino de Dios.
Bienaventurados vosotros, los que ahora tenéis hambre,
porque seréis saciados.
Bienaventurados vosotros, los que ahora lloráis,
porque reiréis.
Bienaventurados vosotros, cuando los hombres os odien y os excluyan, os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, a causa del Hijo del hombre. Alegraos en aquel día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues así trataban sus padres a los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos!,
porque ya habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!,
porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!,
porque estaréis de luto y lloraréis.
¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Pues así trataban sus padres a los falsos profetas».
Con las Bienaventuranzas, Jesús muestra que los criterios del Reino son opuestos a los del mundo. No es la riqueza la que garantiza la alegría, no es la saciedad la que colma el corazón, no es la diversión la que da paz. Al contrario: la ilusión de tenerlo todo hoy corre el riesgo de hacernos perder lo esencial. Los “ayes” pronunciados por Jesús no son maldiciones, sino advertencias de peligro: un corazón apegado a las seguridades terrenas se vacía de la verdadera felicidad.
Quien sufre no está olvidado. Quien carga con el peso de la soledad, del hambre o de las lágrimas encuentra en Dios su consuelo. La promesa de Jesús es clara: el dolor no es la última palabra, la alegría llegará. Incluso las persecuciones, que parecen destruir, se convierten en motivo de júbilo, porque unen a los discípulos a la suerte de los profetas. Allí, en el rechazo del mundo, brilla la fidelidad a Dios.
El Evangelio de hoy nos pide elegir: vivir según las lógicas del mundo o acoger las del Evangelio. No se trata de buscar el dolor, sino de aprender a ver más allá de las apariencias. La verdadera felicidad no es tener más, sino reconocer la presencia de Dios que llena cada vacío y transforma las lágrimas en sonrisa. Las Bienaventuranzas no son un sueño lejano, sino un camino concreto para cada día.
Lee también: Papa León XIV cercano de la Iglesia perseguida en Nicaragua
Con el Evangelio del día del 11 de septiembre nos encontramos ante una gran enseñanza… Read More
Santa Teresa de Lisieux: el camino hacia lo eternoEn un contexto marcado por la represión… Read More
Estamos en el monte de la oración y luego en medio de la multitud, donde… Read More
La Iglesia católica anuncia la canonización de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, proclamados Santos… Read More
La lectura del Evangelio del día del 8 de septiembre nos pone delante de la… Read More
Con el Evangelio del día del 7 de septiembre nos encontramos ante palabras de Jesús… Read More