Evangelio del día, 14 de septiembre: el amor que salva

El diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo se convierte hoy en un anuncio que atraviesa los siglos. En pocas líneas, el Evangelio del día del 14 de septiembre nos entrega el corazón de la fe: la cruz no es condena, sino el signo de un amor que salva y abre a la vida eterna.

Evangelio del día, 14 de septiembre
Evangelio del día, 14 de septiembre – LaluzdeMaria

Jesús se remite a un episodio antiguo: la serpiente levantada por Moisés en el desierto. Aquel signo, puesto ante los ojos del pueblo, se convirtió en remedio contra el veneno que llevaba a la muerte. Así, dice el Señor, también el Hijo del hombre será levantado: no en un pedestal de gloria terrena, sino en la cruz, lugar de humillación y al mismo tiempo de victoria. El Evangelio del día del 14 de septiembre nos enseña que allí, donde el dolor parece triunfar, Dios inaugura el camino de la vida.

Evangelio del día, 14 de septiembre: un amor sin medida

Del Evangelio según san Juan
Jn 3,13-17

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él».

En el centro del Evangelio del día del 14 de septiembre encontramos una frase que atraviesa los siglos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito”. No es un amor cualquiera, sino un amor que se dona hasta el fondo, sin cálculos, sin condiciones. Este es el corazón palpitante de la fe: no el esfuerzo del hombre que busca a Dios, sino el don de Dios que se inclina hacia el hombre. Cada vez que escuchamos estas palabras se nos invita a dejar que nuestra vida sea tocada por esta misericordia sin límites.

La fe que abre a la vida

Jesús no propone un discurso teórico a Nicodemo, sino un camino concreto: creer en Él. La fe no es una adhesión fría a una idea, sino confianza en una Persona que salva. Acoger a Cristo significa dejarse envolver por su luz, permitir que la cruz se convierta no en escándalo sino en fuente de esperanza. Creer no es huir del mundo, sino vivirlo con ojos nuevos, seguros de que la última palabra no es la condena, sino la vida eterna.

No la condena, sino la salvación

El Evangelio de hoy es una negación a quienes imaginan a Dios como un juez severo, dispuesto a castigar. Jesús afirma con claridad: el Padre no ha enviado al Hijo para condenar, sino para salvar. La cruz no es la prueba de la ira divina, sino el signo de su fidelidad. Cada vez que alzamos la mirada a Cristo levantado, encontramos el sentido de nuestra vida: somos amados, perdonados, esperados.

Vivir a la luz de la cruz

El 14 de septiembre la liturgia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. No es una paradoja, sino una invitación a reconocer que de aquel madero brota la vida. Mirar la cruz no significa fijarse en el dolor, sino contemplar el amor que vence todo mal. Es este amor el que nos acompaña y nos sostiene, haciendo posible también hoy un camino de fe, de esperanza y de confianza.

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