Evangelio del día, 20 de septiembre: la Palabra que da fruto

En el Evangelio del día del 20 de septiembre encontramos la parábola del sembrador, uno de los relatos más conocidos de Jesús. En pocas imágenes, se revela la fuerza de la Palabra de Dios y la responsabilidad de quien la acoge.

Evangelio del día, 20 de septiembre
Evangelio del día, 20 de septiembre – LaluzdeMaria

Jesús habla a una multitud numerosa que lo sigue desde ciudades y aldeas. Las palabras de Cristo, que encontramos en el Evangelio del día del 20 de septiembre, no ofrecen un discurso teórico, sino una parábola sencilla: un sembrador que esparce semillas. La parábola del sembrador se convierte en una invitación a ir más allá de las apariencias, porque el verdadero significado no es inmediato. Es necesario escuchar con el corazón para descubrir que esas semillas representan la Palabra de Dios y que la tierra es el alma de cada uno de nosotros.

Evangelio del día, 20 de septiembre: los terrenos que no dan fruto

Del Evangelio según san Lucas
Lc 8,4-15

En aquel tiempo, como se reunía una gran multitud y acudía a él gente de toda ciudad, Jesús dijo con una parábola: «El sembrador salió a sembrar su semilla. Mientras sembraba, una parte cayó al borde del camino y fue pisoteada, y las aves del cielo se la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra y, apenas brotada, se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos, creciendo junto con ella, la sofocaron. Y Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio fruto al ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».
Sus discípulos lo interrogaron sobre el significado de la parábola. Y él dijo: «A vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de Dios, pero a los demás solo con parábolas, para que
viendo no vean y oyendo no entiendan.

El significado de la parábola es este:

la semilla es la Palabra de Dios. Las semillas caídas al borde del camino son aquellos que la han escuchado, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de su corazón, para que no suceda que, creyendo, sean salvados. Los que están sobre la piedra son aquellos que, cuando escuchan, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíces; creen por un cierto tiempo, pero en el momento de la prueba sucumben. Lo que cayó entre espinos son aquellos que, después de haber escuchado, en el camino se dejan sofocar por preocupaciones, riquezas y placeres de la vida y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra buena son aquellos que, después de haber escuchado la Palabra con corazón íntegro y bueno, la custodian y producen fruto con perseverancia.

La semilla cae en lugares distintos y no siempre encuentra condiciones adecuadas. Algunas semillas terminan al borde del camino, pisoteadas y llevadas por las aves: es la imagen de quien escucha distraído, sin dejar espacio a la Palabra. Otras caen sobre la piedra: brotan, pero sin raíces se secan pronto. Así es la fe superficial, que se entusiasma pero no resiste las pruebas. Otra parte cae entre espinos, signo de las preocupaciones, de las riquezas y de los placeres que sofocan la semilla e impiden su crecimiento.

La tierra buena

Finalmente, está la tierra fértil: allí la Palabra encuentra espacio, es custodiada y crece hasta dar frutos abundantes. No se trata solo de escuchar, sino de dejarse transformar con perseverancia. Es el corazón que se abre, que se deja trabajar por la gracia de Dios y se vuelve capaz de generar vida nueva.

El mensaje para nosotros, hoy

El Evangelio del día nos provoca con una pregunta: ¿qué tierra somos? A menudo nos reconocemos en varias situaciones, entre la superficialidad y las distracciones, entre la fragilidad y los espinos de las preocupaciones. Pero la parábola no es un juicio definitivo, es una invitación a la esperanza. Con la perseverancia y la custodia interior, también nuestra vida puede convertirse en “tierra buena”.

La parábola del sembrador nos recuerda que la Palabra de Dios no es una semilla estéril: tiene una fuerza intrínseca, pero espera un corazón dispuesto. No basta escuchar, es necesario custodiar, cultivar, dejar madurar. La verdadera fecundidad no es inmediata, sino que nace de un camino constante.

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