En Roma existe un lugar donde el silencio habla y cada paso se convierte en oración. Un lugar que durante siglos ha visto a millones de fieles arrodillarse y subir escalones, movidos por una historia que entrelaza fe, tradición y misterio.
El de la Escalera Santa no es en absoluto un camino como los demás: los peldaños de esta emblemática escalera recogen una historia milenaria. Quienquiera que se acerque, frente a la basílica de San Juan de Letrán, percibe que aquí la subida no es solo física. Los 28 escalones de mármol, protegidos por tablas de madera para preservar su integridad, invitan a una peregrinación interior. No se suben de pie, sino de rodillas, rezando en cada escalón, en un ritmo lento que deja espacio a la meditación. Según la tradición católica, esta escalera es la misma que Jesús subió en el palacio de Poncio Pilato, el día del proceso que lo conduciría a la cruz. En el siglo IV, Santa Elena, madre del emperador Constantino, visitó Tierra Santa y, con el deseo de preservar las reliquias de la Pasión, mandó transportar la escalera a Roma. Desde entonces, se custodia y se venera como un tesoro único, meta de peregrinos de todo el mundo.
En el mármol original, hoy cubierto, se encuentran pequeñas ventanillas protegidas por vidrios, que dejan entrever puntos donde la tradición dice que están presentes trazas de la sangre de Jesús. Estos signos no son solo reliquias materiales, sino que se convierten para los fieles en una invitación a contemplar el sufrimiento de Cristo y a unirse espiritualmente a su ofrenda de amor. En el centro de esta fundamental tradición está la Pasión del Cristo Resucitado. Los historiadores no tienen pruebas ciertas que confirmen el origen jerusalemita de la escalera, pero esto no reduce su valor para los creyentes. La fuerza de la Escalera Santa no está solo en su posible autenticidad histórica, sino sobre todo en la memoria viva que lleva consigo: es un símbolo de la Pasión de Cristo, un puente entre el pasado y el presente, una invitación continua a la conversión.
Cada año, cientos de miles de personas de todo el mundo acuden a Roma para subir la Escalera Santa. No se trata solamente de peregrinos católicos: también turistas y curiosos se dejan fascinar por el silencio y la intensidad de este lugar. Durante los Jubileos, la escalera se convierte en uno de los destinos más visitados por los fieles. Muchos la recorren para obtener las indulgencias concedidas por el Papa. Recientemente, tras una cuidadosa restauración, fue posible admirar nuevamente los escalones originales durante algunos meses. Luego, la Escalera Santa volvió a ser protegida por la madera. La devoción, sin embargo, nunca se ha detenido. Es una señal clara de que, en un mundo frenético y digital, todavía existe una profunda sed de experiencias concretas de fe.
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