Evangelio del día, 4 de octubre: el descanso de los pequeños

El Evangelio del día del 4 de octubre nos conduce a una página luminosa y llena de ternura. Jesús eleva al Padre una oración que se convierte en revelación: Dios no se deja descubrir por los sabios y entendidos, sino que se revela a los pequeños, ofreciendo consuelo y descanso a quienes llevan el peso de la fatiga cotidiana.

Evangelio del día, 4 de octubre
Evangelio del día, 4 de octubre – LaluzdeMaria

Con el Evangelio del día del 4 de octubre recibimos de Jesús una enseñanza muy importante. Jesús alaba al Padre, “Señor del cielo y de la tierra”, porque las cosas más grandes no son comprendidas por los orgullosos, sino por los sencillos. Esto invierte nuestra lógica: no es necesario acumular conocimientos para entrar en el misterio de Dios, sino tener un corazón libre y confiado. Los pequeños son aquellos que se dejan guiar, que no se sienten autosuficientes, que se entregan sin reservas.

Evangelio del día, 4 de octubre: el valor del amor

Del Evangelio según San Mateo
Mt 11,25-30

En aquel tiempo, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido en tu benevolencia. Todo me ha sido entregado por mi Padre; nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su vida. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

El pasaje nos recuerda que el vínculo entre el Padre y el Hijo es único. Solo quien acoge a Jesús entra de verdad en el conocimiento de Dios. No se trata de un saber teórico, sino de una experiencia de vida. Es Cristo quien revela el rostro del Padre, no a través de doctrinas complejas, sino con su vida entregada, su mansedumbre, su humildad.

Vengan a mí, ustedes que están cansados

Las palabras centrales del Evangelio del día del 4 de octubre son una invitación universal: “Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso”. Cada uno carga con pesos: ansiedades, preocupaciones, fracasos, fatigas interiores. Jesús no promete quitarlos de un solo golpe, sino transformarlos en una carga ligera, compartida con Él. Su yugo no aplasta, sino que eleva, porque nace del amor.

La mansedumbre que salva

Jesús se presenta como “manso y humilde de corazón”: dos cualidades que el mundo suele considerar signo de debilidad, pero que en realidad son la verdadera fuerza de Dios. La mansedumbre no es pasividad, sino confianza en la potencia del amor; la humildad no es rebajarse, sino vivir en la verdad de sí mismo delante de Dios. Quien se deja guiar por estos caminos descubre un descanso profundo que nadie más puede dar.

Una promesa que no defrauda

El Evangelio del día del 4 de octubre nos recuerda que seguir a Cristo no es un camino pesado, sino liberador. Su yugo es suave porque nos une a Él, y su carga ligera porque no se lleva en soledad. Su promesa no es ilusión: quien elige vivir en la sencillez, en la confianza y en la mansedumbre, encuentra un verdadero descanso para la vida.

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