En el Evangelio del día del 10 de octubre, Jesús nos habla de la fuerza del bien que no se deja intimidar por el mal. Es una invitación a elegir de qué lado estar, a no vivir divididos dentro de nosotros, sino firmes en la luz de Dios que libera y renueva.

Jesús es acusado de actuar con la fuerza del demonio, precisamente en el momento en que libera a un hombre del mal. El Evangelio del día del 10 de octubre nos invita a reflexionar sobre esto. Es la paradoja del corazón humano: frente a la verdad, prefiere la desconfianza. Pero Jesús desenmascara lo absurdo de esta acusación con palabras claras: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina». Es una lección que va más allá de la disputa religiosa. Nos concierne a todos. Cuando nuestra vida, nuestra familia o nuestra comunidad se dejan dividir por celos, sospechas y rivalidades, también nosotros nos convertimos en un “reino dividido”, frágil e incapaz de dar fruto.
Evangelio del día, 10 de octubre: el dedo de Dios que libera
Del Evangelio según San Lucas
Lc 11,15-26
En aquel tiempo, [después que Jesús hubo expulsado un demonio,] algunos dijeron: «Es por medio de Beelzebul, el príncipe de los demonios, que expulsa a los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado, y casa tras casa se derrumba. Ahora bien, si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Vosotros decís que yo expulso los demonios por medio de Beelzebul. Pero si yo expulso los demonios por medio de Beelzebul, ¿por medio de quién los expulsan vuestros hijos? Por eso ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio,
sus bienes están seguros. Pero si llega uno más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte su botín. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu impuro sale del hombre, vaga por lugares áridos buscando descanso, y al no encontrarlo dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Cuando llega, la encuentra barrida y adornada. Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, entran y se instalan allí; y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
Jesús no responde con agresividad, sino con la verdad que ilumina. Dice: «Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces ha llegado a vosotros el Reino de Dios». Ese “dedo de Dios” es imagen de una fuerza discreta pero irresistible, la misma que escribió la Ley y que ahora actúa en Jesús. Es el signo de que el bien no necesita alardes: basta un gesto, un toque de gracia, para romper las cadenas que aprisionan el alma.
El hombre fuerte y el más fuerte
Jesús cuenta luego la parábola del hombre armado que defiende su casa, pero es vencido por uno más fuerte. Es una metáfora poderosa del conflicto espiritual. El hombre fuerte es Satanás, que busca mantener al hombre bajo su dominio. Pero Cristo es “el más fuerte” que lo vence, no con violencia, sino con amor. La victoria de Jesús ya ha tenido lugar: el mal ha sido vencido en su raíz, aunque siga tentando al hombre.
La elección que lo decide todo
«Quien no está conmigo, está contra mí». No hay zonas neutras, no existe una fe tibia. Seguir a Jesús significa tomar partido, elegir la verdad, custodiar el corazón para que no se convierta en una casa vacía donde el mal pueda volver a habitar. El Evangelio de hoy nos advierte: la conversión no es un momento, sino un camino cotidiano. Solo llenando nuestra “casa interior” con la presencia de Dios, podemos permanecer verdaderamente libres.
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