En el Evangelio del día del 11 de octubre, Jesús nos invita a mirar más allá de las apariencias, a comprender dónde reside la verdadera bienaventuranza: no en los lazos de sangre, sino en la escucha y en la obediencia a la Palabra de Dios.

Uno degli insegnamenti più semplici e importanti che il Cristo ci ha lasciato si trova nel Vangelo del giorno dell’11 ottobre. Una voz se alza entre la multitud, llena de admiración: «¡Dichoso el vientre que te llevó!». Es un grito espontáneo, nacido de la maravilla ante Jesús. Pero el Maestro responde con un giro que ilumina el corazón de la fe: la verdadera felicidad no nace de un privilegio, sino de una elección. “Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.” Jesús no rechaza el homenaje a su Madre, sino que lo eleva. María es bienaventurada no solo porque lo dio a luz, sino porque creyó. Su grandeza no es biológica, sino espiritual: acogió la Palabra y la guardó en su corazón.
Evangelio del día, 11 de octubre: la verdadera bienaventuranza
Del Evangelio según san Lucas
Lc 11,27-28
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, una mujer de entre la multitud levantó la voz y dijo: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!».
Pero él respondió: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».
Escuchar la Palabra no es un acto pasivo. Es un encuentro que cambia la vida, una adhesión que exige corazón y mente. Jesús nos enseña que la verdadera escucha se convierte en acción, que la fe auténtica se reconoce en los gestos. No basta con conmoverse ante el Evangelio: hay que dejarse tocar, permitir que esa Palabra habite en nosotros y oriente nuestras decisiones. Cada vez que abrimos el Evangelio, Dios nos habla. Pero la escucha requiere silencio, disponibilidad, humildad. Solo quien sabe detenerse y poner a Dios en el centro logra oír su voz en medio del ruido del mundo.
María, icono de la escucha
En estas palabras de Jesús resplandece también la figura de María, la mujer que más que ninguna otra ha “escuchado y practicado”. Ella acogió el anuncio del ángel y lo transformó en vida, en disponibilidad total a la voluntad de Dios. Por eso su bienaventuranza es perfecta: no es solo madre del Hijo, sino discípula de la Palabra. Cada cristiano está llamado a imitarla: acoger, meditar, vivir. Este es el secreto de la alegría evangélica: transformar la escucha en testimonio.
La bienaventuranza de la escucha
Ser dichoso, según Jesús, no significa vivir sin pruebas o dificultades, sino sentirse habitado por una Palabra que salva. Quien escucha a Dios se convierte en tierra fértil, capaz de dar fruto. Es una bienaventuranza que no se consume, sino que crece cada día en el silencio del corazón.
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