Estamos llamados a recordar, a través del Evangelio del día del 19 de octubre, que la oración es el aliento del alma, la fuerza que sostiene la fe incluso en los momentos más difíciles. Orar siempre, sin cansarse, es el corazón de la enseñanza de Jesús en esta parábola que habla de confianza, perseverancia y amor.

El evangelista Lucas, en el Evangelio del día del 19 de octubre, nos presenta un episodio muy importante. Jesús cuenta una historia simple pero poderosa: una viuda insiste ante un juez que no teme a Dios ni respeta a nadie. Es una mujer sola, aparentemente sin defensa, pero dotada de una fuerza que nace de la determinación. No se rinde, continúa pidiendo justicia hasta que el juez, cansado de sus súplicas, decide atenderla. En esta viuda se refleja el alma del creyente que, aun en medio de las pruebas, sigue llamando a la puerta del Señor. Jesús nos muestra que la oración no es un acto mecánico ni un rito que cumplir por obligación, sino un camino de confianza: quien ora cree que Dios escucha, incluso cuando calla.
Evangelio del día, 19 de octubre: la justicia de Dios
Del Evangelio según San Lucas
Lc 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola sobre la necesidad de orar siempre, sin cansarse jamás:
«En una ciudad vivía un juez que no temía a Dios ni respetaba a nadie. Había también en aquella ciudad una viuda que acudía a él diciéndole: “Hazme justicia contra mi adversario”. Durante un tiempo no quiso hacerlo; pero luego se dijo a sí mismo: “Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, dado que esta viuda me molesta tanto, le haré justicia para que no venga continuamente a importunarme”». Y el Señor añadió: «Escuchad lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche? ¿Les hará esperar mucho tiempo? Os digo que les hará justicia pronto. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
El contraste entre el juez injusto y Dios es claro. Si incluso un hombre sin escrúpulos termina escuchando a una viuda insistente, ¡cuánto más Dios, que es justo y misericordioso, responderá a sus hijos! Jesús nos invita a no desanimarnos cuando la respuesta tarda en llegar. No es indiferencia, sino un tiempo de crecimiento, de purificación, de una fe que madura en el silencio. Dios no olvida ninguna oración, ni siquiera la más escondida. Las lágrimas derramadas en la intimidad, los suspiros de quien sufre, las invocaciones de los pobres: todo sube hacia Él como incienso. Su justicia no es venganza, sino amor que restablece el orden del corazón y del mundo.
La fe que resiste en el tiempo
Jesús concluye con una pregunta que atraviesa los siglos: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Es un interrogante que nos interpela. La oración es el termómetro de la fe: cuando dejamos de orar, la fe se apaga lentamente. La perseverancia en la oración es signo de amor auténtico. No es necesario multiplicar las palabras, sino mantener el corazón encendido. Quien sigue orando incluso en la oscuridad demuestra que cree que Dios no abandona. Ésta es la fe que Jesús busca: una confianza que resiste, una esperanza que no cede, una oración que se convierte en vida.
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