En el Evangelio del día del 28 de octubre, Jesús nos muestra que toda vocación nace de la oración. Antes de elegir a los Doce, pasa la noche en diálogo con el Padre: un silencio lleno de escucha, del cual brota la misión. Es en ese monte, lugar de encuentro con Dios, donde comienza la historia de la Iglesia.

Jesús nunca actúa solo. Cada una de sus decisiones está inmersa en la oración. En el Evangelio del día del 28 de octubre, lo vemos retirarse al monte durante toda la noche. Es un momento decisivo: allí se entrega totalmente al Padre, dejando que sea la voluntad divina la que guíe su decisión. Es un gesto que revela un secreto de la vida espiritual: las decisiones más grandes no nacen del impulso, sino del silencio orante. La llamada siempre nace de la escucha.
Evangelio del día, 12 de octubre: los rostros de una misión
Del Evangelio según san Lucas
Lc 6,12-19
En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que también nombró apóstoles: Simón, a quien dio el nombre de Pedro; Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás; Santiago, hijo de Alfeo; Simón, llamado el Zelote; Judas, hijo de Santiago; y Judas Iscariote, que se convirtió en el traidor. Bajó con ellos y se detuvo en un lugar llano. Había una gran multitud de sus discípulos y mucha gente de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y de Sidón, que habían venido para escucharlo y ser curados de sus enfermedades; también los que eran atormentados por espíritus impuros eran curados. Toda la multitud trataba de tocarlo, porque de Él salía una fuerza que curaba a todos.
Por la mañana, Jesús llama a sus discípulos y elige a doce hombres. No perfectos, no héroes, sino personas reales, con límites y fragilidades. Cada uno es alcanzado por una mirada personal que transforma la vida. En ellos está la imagen de lo que Dios puede hacer cuando encuentra un corazón dispuesto. De esa llamada nace la comunidad, nace la Iglesia. Es el inicio de una historia de gracia y de fragilidad que continúa todavía hoy.
La fuerza que sana
Después de haber elegido a los apóstoles, Jesús desciende entre la multitud. No se queda en el monte: lleva consigo la oración, la fuerza que sana. La gente lo busca, lo toca, porque de Él “salía una fuerza que curaba a todos”. Es la fuerza del amor, la que brota de quien está unido al Padre. En Jesús vemos el puente entre el cielo y la tierra: Él ora en el silencio y actúa en la vida, transmitiendo la gracia a quien se abre a la fe.
La llamada para cada uno de nosotros
Este Evangelio nos invita a preguntarnos: ¿de qué “monte” nace mi vida? ¿Me detengo realmente a escuchar la voz de Dios? Cada día también nosotros somos llamados, no por casualidad, sino por amor. Jesús sigue descendiendo a nuestro plano cotidiano, trayendo la misma fuerza que sana y levanta. Y nos recuerda que solo quien ora puede ser instrumento de paz, de sanación y de esperanza.
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