Con la lectura del Evangelio del día del 30 de octubre nos encontramos ante Jesús, que nos muestra el rostro de la verdadera protección divina: aquella que no impone, sino que acoge; que no domina, sino que custodia. Es la imagen tierna y poderosa de la gallina que reúne a sus polluelos bajo las alas, un símbolo de amor y de refugio que toca el corazón.

El pasaje del Evangelio del día del 30 de octubre comienza con una advertencia: algunos fariseos avisan a Jesús que Herodes quiere matarlo. Pero Jesús no huye. Responde con firmeza, llamando a Herodes “zorro”, es decir, astuto pero impotente ante el plan de Dios. Él sabe que su misión no depende de los hombres: “hoy, mañana y al tercer día mi obra se ha cumplido”. Es la determinación de quien camina hacia el cumplimiento del designio divino, aun cuando el camino conduce al sacrificio. La protección divina no consiste en evitar la cruz, sino en llevarla con la certeza de que Dios transforma todo dolor en salvación.
Evangelio del día, 30 de octubre: el rechazo del amor
Del Evangelio según san Lucas
Lc 13,31-35
En ese momento se acercaron a Jesús algunos fariseos para decirle: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte». Él les respondió: «Id y decidle a ese zorro: “He aquí que expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra se ha cumplido. Pero es necesario que hoy, mañana y pasado siga mi camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”.
¡Jerusalén, Jerusalén, tú que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido! He aquí que vuestra casa se os queda desierta. Os digo que no me veréis más hasta que llegue el tiempo en que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”».
Luego Jesús se dirige a Jerusalén con palabras cargadas de dolor: “Tú que matas a los profetas…”. Es el lamento de un amor rechazado, de un corazón que sigue amando incluso a quien lo rechaza. Cuántas veces también nosotros, como Jerusalén, cerramos las puertas al Señor porque tememos que su presencia cambie nuestras costumbres. Y, sin embargo, Jesús no deja de buscarnos. Su voz, llena de ternura, es la de un Dios que llora por quienes se pierden.
Las alas que salvan
“¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus polluelos bajo las alas!” Es una de las imágenes más conmovedoras del Evangelio: Dios que se hace madre, refugio, calor. Bajo sus alas, todo miedo encuentra descanso, toda herida empieza a sanar. Pero esas alas no pueden forzarnos: hay que querer estar allí, elegir confiar, aceptar ser amados. La protección divina no es una jaula, sino un espacio de libertad donde el amor vence todo mal.
Bendito el que viene
El pasaje se cierra con una promesa: “No me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor”. Es el anuncio de una esperanza que no muere: llegará un día en que todo corazón reconocerá la presencia de Dios. Es una invitación a no temer, a permanecer bajo sus alas, incluso cuando el mundo parece hostil. El amor de Cristo no abandona a nadie, aunque muchas veces seamos nosotros quienes huimos.
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