Jesús, en el Evangelio del día del 3 de noviembre, nos revela que la verdadera recompensa no se encuentra en los elogios ni en los reconocimientos, sino en el amor ofrecido con gratuidad. Sus palabras nos invitan a cambiar de perspectiva: el don auténtico es aquel que nace del corazón y no espera nada a cambio.

Jesús se encuentra en casa de un fariseo, en el contexto de un banquete. Pero su discurso, relatado por el evangelista Lucas en el Evangelio del día del 3 de noviembre, rompe toda convención social: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos.” En una cultura donde la hospitalidad solía estar ligada al prestigio y a la reciprocidad, Jesús propone un cambio radical. Nos invita a un amor que no calcula, a una generosidad que no lleva cuentas.
Evangelio del día, 3 de noviembre: la invitación que sorprende
Del Evangelio según San Lucas
Lc 14,12-14
En aquel tiempo, Jesús dijo al jefe de los fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque ellos no tienen con qué recompensarte. Se te recompensará en la resurrección de los justos».
El corazón de este Evangelio es la gratuidad. Jesús no condena la amistad ni la convivencia con quienes amamos, pero nos abre a un horizonte más amplio: el del don desinteresado. Invitar a los pobres, a los cojos, a los ciegos significa acoger a quienes no pueden devolver nada, a quienes no tienen voz ni poder. Es el amor que se convierte en gracia, sin retorno, que imita el corazón mismo de Dios.
El banquete del Reino
Cada vez que acogemos a quien no puede devolver nada, entramos en el misterio del banquete del Reino. Jesús nos enseña que la verdadera fiesta no se mide por el lujo ni por la compañía, sino por la presencia de quienes han sido olvidados. Allí habita Dios, allí se manifiesta su alegría.
La recompensa que no pasa
“Recibirás tu recompensa en la resurrección de los justos”: con esta frase, Jesús nos recuerda que ningún gesto de amor gratuito se pierde. Todo lo que se dona por amor queda guardado en el corazón de Dios. La felicidad que nace de dar sin cálculos es ya una anticipación del Cielo.
Vivir la gratuidad hoy
En un mundo dominado por el intercambio y el beneficio, este Evangelio nos interpela: ¿cuánto de nuestras acciones es realmente gratuito? ¿A quién invitamos al “banquete” de nuestra vida? Jesús nos llama a abrir la puerta, a dejar entrar a quienes no cuentan ante los ojos del mundo pero son preciosos ante los ojos de Dios.
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