Jesús nos invita a mirar dentro de nosotros, a purificar aquello que hemos transformado en un mercado y a redescubrir el centro de nuestra fe. El Evangelio del día del 9 de noviembre nos conduce dentro del templo de Jerusalén, pero en realidad nos habla del templo más verdadero: el del corazón humano.

El relato de Juan, que se nos presenta en el Evangelio del día del 9 de noviembre, nos muestra a un Jesús decidido, fuerte, capaz de indignarse ante la profanación de lo sagrado. De hecho, ll templo, lugar del encuentro con Dios, se había convertido en un mercado. Los intereses, el dinero, el cálculo habían tomado el lugar de la oración. Entonces Jesús actúa: con un látigo expulsa a los mercaderes, vuelca las mesas y alza la voz. No es una rabia ciega, sino una pasión pura. “El celo por tu casa me consumirá”: ese “consumir” es amor que arde, es deseo de verdad.
Evangelio del día, 9 de noviembre: el templo somos nosotros
Del Evangelio según San Juan
Jn 2,13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Encontró en el templo a gente que vendía bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Entonces hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; derramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas, y a los que vendían palomas les dijo: «Saquen eso de aquí y no hagan de la casa de mi Padre un mercado». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá».
Entonces los judíos le dijeron:
«¿Qué signo nos muestras para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha llevado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había dicho Jesús.
Jesús no se detiene en el gesto simbólico. Cuando dice: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”, habla de sí mismo. Su cuerpo es el nuevo templo, el lugar donde habita Dios y donde se manifiesta su gloria. Con su Pascua, la relación con lo divino ya no está ligada a un edificio, sino a la persona viva de Cristo. Desde entonces, cada corazón creyente se convierte en una casa de Dios. Cada hombre y cada mujer están llamados a custodiar dentro de sí una presencia sagrada.
Purificar el corazón
La imagen del templo nos interpela profundamente. También nosotros, muchas veces, llenamos nuestra vida de “mercaderes”: pensamientos inútiles, ambiciones, compromisos. Jesús entra en el templo de nuestra alma para liberarnos de aquello que nos aprisiona y devolvernos la libertad de los hijos de Dios. Es un gesto de purificación que no hiere, sino que sana. Solo un corazón liberado puede convertirse en espacio de encuentro y de paz.
El celo del amor verdadero
“El celo por tu casa me consumirá”: esta frase encierra el sentido de la misión de Jesús. Su amor por el Padre es ardiente, no conoce medias tintas. También nosotros estamos llamados a un amor que no se conforma, que no se adapta al compromiso. Amar a Dios significa dejarse “consumir” por Él, permitir que su Espíritu habite cada rincón de nuestra vida.
Palabra clave: templo del corazón
El Evangelio del día del 9 de noviembre nos invita a redescubrir nuestro “templo interior”. No bastan iglesias bellas ni ritos solemnes si dentro de nosotros no hay espacio para Dios. Jesús nos enseña que la verdadera fe es un encuentro vivo, un lugar de amor y verdad que se renueva cada día.
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