La entrega total no nace del bolsillo, sino del corazón. En el Evangelio del día del 24 de noviembre, esta entrega total brilla en un gesto silencioso que Jesús ve antes que todos.
En el Evangelio del día del 24 de noviembre nos encontramos ante una escena sencilla: personas que arrojan monedas en el tesoro del templo. Nada parece sorprendente, todo parece ordinario. Pero en medio de ese vaivén ruidoso, un gesto minúsculo está a punto de revelar una verdad capaz de volcar toda lógica humana sobre el amor y el don. Es en este espacio de espera donde la palabra clave, entrega total, comienza a tomar forma.
Del Evangelio según San Lucas
Lc 21,1-4
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos y vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el tesoro del templo. Vio también a una viuda pobre que echaba dos moneditas, y dijo: «En verdad os digo: esta viuda, tan pobre, ha echado más que todos. Todos ellos, en efecto, han echado como ofrenda parte de lo que les sobra. Ella, en cambio, en su miseria, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Jesús observa, y su mirada siempre es capaz de ir más allá. Los ricos pasan ante el tesoro con gestos seguros y habituales: arrojan parte de lo que les sobra, una cantidad que no afecta realmente su vida. Las monedas caen, tintinean, hacen ruido. Pero no hacen ruido en el corazón. Luego llega ella, la figura más silenciosa e invisible de la sociedad: una viuda. Nadie la nota, nadie la celebra, nadie imagina que su gesto cambiará el modo en que Jesús nos enseña a mirar el don. Con solo dos moneditas, esta mujer muestra el verdadero rostro del amor: no el que da lo que sobra, sino el que se expone, se confía y se entrega.
Jesús no mide las monedas, mide el corazón. Y el corazón de la viuda está abierto de par en par, frágil y fortísimo al mismo tiempo. Ella da todo lo que tiene para vivir, no porque esté obligada, no para aparentar, sino porque confía en un Dios que ve y que provee.
La entrega total, entonces, es un acto de confianza antes que un gesto material. Es reconocer que lo que poseemos no nos pertenece realmente y que entregar a Dios una parte de nuestra vida significa dejarle espacio para tomarnos de la mano.
En la lógica del mundo cuenta la cantidad; en la lógica de Dios cuenta el corazón. Y el corazón de la viuda se convierte en una revelación: quien lo da todo, recibe mucho más.
Paradójicamente, la más pobre se vuelve la más rica, la más pequeña se vuelve la más grande, la más invisible se vuelve la más luminosa. Esta mujer no pronuncia palabras, pero su gesto habla más que mil discursos. Es una maestra silenciosa que enseña lo que a menudo olvidamos: el valor del don no está en el peso, sino en la profundidad. Y cada vez que nos sentimos pequeños, insuficientes, incapaces de marcar la diferencia, la viuda nos recuerda que el mundo cambia gracias a los gestos sinceros, a los “sí” escondidos, a las decisiones que nacen del corazón.
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