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La paz según Madre Teresa: el significado del perdón

Las palabras de Madre Teresa de Calcuta nos recuerdan que el corazón del hombre es el lugar donde Dios desea habitar con delicadeza y misericordia. Y precisamente allí, donde nacen heridas y resentimientos, puede brotar una nueva esperanza.

Madre Teresa – LaluzdeMaria

Madre Teresa parte de una constatación simple y tremenda: Jesús habita en nosotros. No es una idea poética, sino una verdad que atraviesa todo el Evangelio. Él vive en nuestro corazón, lo alcanza en sus rincones más oscuros y no se aleja ni siquiera cuando nosotros mismos quisiéramos huir. Cuando dice que Jesús “debe sufrir” al sentir en nosotros amargura, celos, orgullo o espíritu de venganza, no habla de un sentimiento humano, sino de la sensibilidad divina que ama y por eso sufre cuando nosotros sufrimos. El Señor no está herido por nosotros como un juez ofendido, sino como un amigo íntimo que ve nuestro mal crecer dentro y desea liberarnos.
Esta imagen, tan típicamente “materna” en el estilo de Madre Teresa, no nace para hacernos sentir culpa, sino para despertar en nosotros un amor más grande.

Madre Teresa: pedir perdón para volver a ser libres


El primer paso, dice la Santa, es la sinceridad: Sed sinceros y pedid perdón.
No es una invitación moralista ni una obligación espiritual. Es un consejo de vida.
El perdón pedido — a Dios y a los demás — rompe las cadenas de la culpa y de la dureza, nos pone de nuevo en camino, nos vuelve a abrir la mirada. A menudo creemos que el perdón es para los otros, cuando en realidad es nuestro corazón el que más lo necesita.
Cuando repetimos durante el día: “Lava mis pecados y límpiame de toda iniquidad”, estamos diciendo a Dios que no queremos vivir atrapados en nuestros límites. Pedimos que su amor haga lo que nosotros no logramos hacer: volver a empezar. Madre Teresa había aprendido que el perdón no es debilidad, es libertad. Es la mano que nos levanta cuando los sentimientos negativos parecen dominarnos.

Un amor que va más allá del deber


La pregunta final del texto es el verdadero corazón de la reflexión:
“¿Mi amor por los demás miembros de la comunidad es tan grande, tan verdadero como para ser capaz de perdonar, no por sentido del deber, sino por amor?” Aquí Madre Teresa desplaza la atención del acto al motivo. Perdonar porque “se debe” es una expresión de educación; perdonar “por amor” es un acto del Evangelio. Y es el único que realmente sana. En la vida cotidiana, en las familias, en las comunidades, en las escuelas, en las parroquias, todos experimentamos momentos de fricción. No es la perfección lo que crea comunión, sino la capacidad de transformar las heridas en ocasiones de crecimiento. Y esto ocurre solo cuando el amor supera al orgullo. Madre Teresa lo sabía: el perdón verdadero nace cuando miramos al otro como lo mira Cristo. No como una amenaza, no como un rival, sino como un hermano herido tanto como nosotros.

La esperanza que nace de los corazones reconciliados


El mundo tiene hambre de corazones pacificados. Y el perdón es la primera semilla de esta paz. Allí donde elegimos la misericordia, algo cambia. Cambia en nosotros, cambia en el otro, cambia incluso en el ambiente en el que vivimos. Un gesto sincero puede apagar una discusión, recomponer una relación, reavivar la confianza. La paz no se crea con grandes proclamas, sino con pequeños actos de bondad cotidiana. Y cuando perdonamos — de verdad, profundamente — ya no somos los mismos: nos sentimos más ligeros, más auténticos, más parecidos a ese Cristo que vive en nosotros y nos transforma desde dentro.

La gracia que lava y renueva


Repetir “Lava mis pecados y límpiame de toda iniquidad” no es solo una súplica, sino un acto de esperanza. Significa creer que Dios puede purificar lo que nosotros no sabemos sanar.
Significa elegir el amor en lugar del rencor y significa dejar que Cristo, habitando en nosotros, encuentre finalmente un corazón que se abre, que perdona, que ama.
Y es allí donde comienza la verdadera santidad: en los pequeños sí que devuelven al alma su respiración.

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Published by
Fabio Amicosante

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