Madre Teresa de Calcuta: la enseñanza sobre la presencia de Dios

Hay un misterio profundo que atraviesa cada respiración, cada gesto, cada latido del corazón: la presencia de Dios. No siempre la percibimos, pero Él nos envuelve, nos sostiene, nos habita. Madre Teresa de Calcuta, con su fe luminosa, expresó esta verdad con palabras que tocan el alma.

“Siempre tengo al Señor delante de mis ojos.” Esta frase se convierte para Madre Teresa en una clave de vida espiritual. No se trata de un acto místico reservado a unos pocos, sino de una disposición del corazón accesible a todos: vivir cada momento como si Dios estuviera realmente a nuestro lado. Tener al Señor delante de los ojos significa dejarse guiar por su presencia, reconocer que cada instante del día —el cansancio, la alegría, la soledad, el servicio— puede convertirse en un encuentro con Él. Quien vive así no vacila, porque sabe que nunca está solo.

Madre Teresa: una presencia que habita en lo profundo

Madre Teresa nos recuerda que Dios no está solo “con nosotros”, sino “dentro de nosotros”. Es una presencia más íntima de lo que podemos comprender: Él está en nuestra respiración, en nuestro pensamiento, en nuestra propia vida.
En esta conciencia se abre una nueva perspectiva: la oración ya no es solo una palabra dirigida a Dios, sino un entrar en contacto con Aquel que ya habita en el corazón.
Cuando Madre Teresa oraba, no buscaba a un Dios lejano: lo escuchaba en el silencio, en el pobre, en el dolor, en la paz escondida de las cosas pequeñas. Y en esa presencia encontraba la fuerza para amar sin medida.

En Él vivimos, nos movemos y existimos

Las palabras de san Pablo —“En Él vivimos, nos movemos y existimos”— resuenan como un eco en el pensamiento de Madre Teresa. Toda la creación vive de esta energía divina.
Si Dios retirara por un solo instante su mano, todo volvería a la nada.
Este pensamiento, lejos de generar temor, infunde asombro y gratitud: cada latido del corazón, cada rayo de luz, cada flor que brota es signo de su presencia viva.
Reconocerlo significa acoger la vida como don y vivir con gratitud incluso las cosas más sencillas.

Envueltos por Dios como en un océano de amor

“Reflexionen que están en Dios, rodeados y envueltos por Dios, flotando en Él.”
La imagen es poderosa: no estamos separados de Dios, sino inmersos en su amor como en un océano sin fin. Madre Teresa, que vivió entre los más pobres y los más sufrientes, experimentó esta verdad en la concreción de la vida: Dios está en los lugares de dolor, pero también en los gestos de compasión, en la sonrisa que consuela, en la mano que se tiende. Estar envueltos por Dios significa vivir con confianza, incluso cuando todo parece oscuro. Su presencia nunca nos abandona, aun cuando no la sentimos.

La fe que se convierte en mirada

Vivir con esta conciencia no es fácil: requiere una mirada de fe.
Madre Teresa nos enseña a mirar el mundo con los ojos del corazón, a reconocer en cada persona un reflejo de Dios. Es una manera de ver que lo transforma todo: el trabajo se convierte en oración, el sufrimiento en ofrenda, la vida en comunión. Cuando el creyente descubre que está “flotando en Dios”, todo temor se disuelve. Nada es más ajeno, nada más vacío: todo se vuelve habitado.

Una certeza vivida

Madre Teresa no propone un pensamiento abstracto, sino una certeza vivida: Dios es la presencia que lo sostiene todo, que da vida y fuerza a cuanto existe. Saberlo cambia la manera de vivir: ya no buscamos a Dios lejos, sino que nos dejamos encontrar por Él, que ya está aquí.

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