En el Evangelio de Mateo, Jesús pronuncia palabras que resuenan a través de los siglos como un bálsamo para el corazón inquieto del hombre: “Por vuestra vida no os preocupéis de lo que comeréis o beberéis, ni por vuestro cuerpo, de lo que vestiréis.” Es una invitación a la confianza radical, a la paz profunda que nace de saberse custodiado por Dios.

Vivimos en un mundo dominado por la ansiedad del mañana. Todo parece girar en torno a lo que debemos obtener, conservar, proteger. El futuro se nos presenta como una enorme incógnita que hay que controlar. Es precisamente en este contexto —antiguo pero extraordinariamente actual— donde las palabras de Jesús resuenan como una revolución silenciosa: “No os angustiéis.”
La angustia nace del miedo a no tener lo suficiente: suficiente seguridad, suficientes bienes, suficientes certezas. Pero el miedo es un mal consejero. Jesús no condena el trabajo ni la responsabilidad; solo pide liberarnos de la ansiedad por poseer, de la necesidad constante de garantizarlo todo con nuestras propias fuerzas.
Jesús y el corazón de la confianza
Para comprender mejor el pensamiento y la enseñanza de Cristo, leamos sus palabras, recogidas por el Evangelista Mateo: “Por eso os digo: no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni almacenan en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta.” Jesús nos ofrece un ejemplo simple y poderoso: las aves del cielo. No tienen graneros, no planifican la cosecha, y sin embargo no mueren de hambre. No porque sean ingenuas, sino porque viven dentro de un orden de confianza en la creación.
El mensaje es claro: si Dios cuida de seres tan frágiles y pequeños, ¿cuánto más cuidará de nosotros, que somos sus hijos?
El centro de esta enseñanza no es una invitación a la pasividad, sino a una mirada diferente sobre la vida. Jesús no dice “no trabajéis”, sino “no os angustiéis”. La diferencia es enorme. La angustia nace de la duda de que Dios no sea suficiente; la confianza, en cambio, nace de la certeza de que nada escapa a Su mirada.
El valor de la vida y del cuerpo
“¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que el vestido?” – esta pregunta de Jesús es una profunda provocación. Nos recuerda que nuestra existencia no puede medirse por lo que poseemos o consumimos. La vida vale más que lo superfluo, más que todo lo que llena sin nutrir.
En un tiempo en el que la apariencia y la imagen parecen contar más que la sustancia, Jesús invierte la escala de valores: el cuerpo es templo de Dios, no maniquí que vestir; la vida es un don que debe ser custodiado, no un objeto que acumular.
La libertad del corazón que confía
El hombre que se entrega a Dios descubre la verdadera libertad: la del corazón que no se deja aplastar por las preocupaciones. Cuando dejamos de buscar seguridad en las cosas, comenzamos a encontrarla en Aquel que no pasa.
La confianza no es ingenuidad ciega, sino fe que sabe ver más allá de lo visible. Es la certeza de que cada día tiene su pan, y de que detrás de cada incertidumbre se esconde una promesa.
Jesús nos enseña a vivir en el presente, a reconocer que el Reino de Dios no es un lugar lejano, sino que se manifiesta cada vez que elegimos confiar en lugar de temer, agradecer en lugar de quejarnos.
La paz de quien se confía
Las palabras de Jesús son una invitación a la sencillez del corazón, aquella que no elimina los problemas, pero los transforma en ocasiones de confianza. “No os angustiéis” no significa vivir sin pensamientos, sino con un solo pensamiento: Dios cuida de mí. En un mundo que nos enseña a preocuparnos por todo, Jesús nos enseña a ocuparnos de lo esencial: amar, servir, creer.
La verdadera riqueza no es tenerlo todo, sino saber que nada nos falta cuando estamos en las manos de Dios.
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