San Francisco es conocido especialmente por su amor por la Creación, pero en sus escritos se esconde un rostro más profundo: el de contemplador de la Cruz. En uno de sus fragmentos menos conocidos, el Santo canta a la “diestra de Dios” que inmoló a su Hijo.

San Francisco y el Sacrificio de Jesús
San Francisco es conocido especialmente por su amor hacia la Creación, pero en sus escritos se esconde un rostro más profundo: el de contemplador de la Cruz. En uno de sus fragmentos menos conocidos, el Santo canta a la “diestra de Dios” que inmoló a su Hijo.
Las palabras de San Francisco sobre el Sacrificio de Jesús son mucho menos conocidas que aquellas relacionadas con su amor por la naturaleza y el consecuente agradecimiento a Dios por ella. El Pobrecillo de Asís, conocido principalmente como el Santo que hablaba con el lobo y como el “esposo” espiritual de la pobreza, lleva consigo un gran bagaje cristológico que nos ha legado a través de diversos escritos, aunque menos conocidos que aquellos que han tenido mayor difusión. Detrás del Cántico de las criaturas, por tanto, Francisco entonaba otra melodía profunda y esencial: un canto duro pero intensamente ligado al Sacrificio del Señor en la Cruz.
El canto de Francisco
El canto de Francisco comienza con una fórmula inicial que busca alabar al Señor por las maravillas que ha realizado. Detengámonos a reflexionar sobre sus palabras:
«Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra ha inmolado a su Hijo amado, lo ha inmolado su santo brazo. El Señor ha dado a conocer su salvación, ha revelado su justicia ante las naciones […]»
(fuente: escritos de San Francisco de Asís).
Retomando la fórmula de los Salmos, el Santo emplea desde el inicio un lenguaje bíblico, antiguo, que con él adquiere un esplendor renovado. En esta ocasión, el Pobrecillo de Asís no alaba al Señor por la Creación: canta un “nuevo” acto, completamente maravilloso: la Inmolación del Hijo de Dios. Cristo se ha inmolado por nosotros, por nuestra salvación. Francisco nos lo recuerda con firmeza en sus escritos y oraciones.
Un mensaje universal
Pero no termina allí. Francisco, en su texto que nos ofrece como un don precioso, nos recuerda que el Señor ha revelado su justicia a todos los pueblos. También este es un pasaje fundamental. Resonando nuevamente el lenguaje de los Salmos, Francisco va más allá. El Santo interpreta este tipo de escritura en clave cristocéntrica.
La justicia divina, nos enseña San Francisco, no se manifiesta en juzgar, sino en entregarse. ¿Por qué es fundamental este tipo de enseñanza? Sin duda, porque es un pensamiento que da la vuelta a la lógica del mundo. La justicia de Dios, en efecto, no tiene como fin castigar, sino salvar, y esta salvación es para “todos los pueblos”.
El mensaje adquiere entonces una dimensión universal, un mensaje de victoria de la Cruz, no de derrota. Con este mensaje descubrimos un nuevo rostro del Santo: el rostro vinculado a una poesía teológica, mística y cristológica. El Pobrecillo de Asís, aquel que abandonó todos sus bienes besando a los leprosos, no es solamente una figura piadosa y amable, sino también un gran contemplador de la Cruz y del Sacrificio de Jesús.
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