En el Evangelio del día 11 de julio, Pedro expresa una pregunta muy humana, que también resuena en nosotros: “¿Qué recibiremos por haberlo dejado todo?”
La respuesta de Jesús está llena de esperanza y abre la mirada hacia la eternidad.

Evangelio del día, 11 de julio: la pregunta
En el Evangelio del día 11 de julio, Pedro hace una pregunta directa y, al mismo tiempo, muy sincera a Cristo:
“Después de haberlo dejado todo, ¿qué recibiremos?”
Es la pregunta de quien ha hecho una elección radical y se interroga sobre el sentido y el fruto de su sacrificio.
Pedro no esconde su humanidad, y en ello nos representa a todos:
quien ama de verdad, tarde o temprano se pregunta si será correspondido.
La fe cristiana, de hecho, no es ajena al deseo de plenitud, de sentido, de recompensa.
Jesús no reprende esta pregunta, sino que la acoge y responde con palabras llenas de luz.
Del Evangelio según San Mateo
En aquel tiempo, Pedro dijo a Jesús:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, entonces?».
Jesús les respondió:
«En verdad os digo: cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, en la regeneración del mundo, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y todo aquel que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o campos por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna».
Una promesa luminosa
La respuesta de Jesús a esta pregunta es muy sincera y se basa en una de las promesas más importantes que Cristo dejó a sus discípulos:
un día participarán en el reinado del Hijo del Hombre.
Es un cambio radical: quien renunció por amor, será exaltado en el Reino.
La vida eterna
Con el Evangelio de hoy, 11 de julio, Jesús habla de una recompensa cien veces mejor y más grande.
No se trata de una frase bonita o espiritual: es una realidad concreta.
Quien da, recibe.
No siempre en términos materiales, pero siempre en términos de plenitud: de vida, de relaciones, de paz.
Esta es la lógica del Evangelio:
quien confía en Dios, nunca queda defraudado.
¿De qué don se trata?
La pregunta surge espontáneamente.
Pero el don más grande es el que ha sido prometido: la vida eterna.
No solo una vida sin fin, sino una vida plena, en comunión con Dios.
Es el cumplimiento de todo deseo humano,
la respuesta definitiva a la pregunta de Pedro —y también a la nuestra—:
“¿Vale la pena?”
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