Error, búsqueda, iluminación: la historia de fe de San Agustín

La vida de San Agustín es uno de los testimonios más fuertes de la búsqueda de Dios en la historia cristiana. Su existencia, marcada por errores e inquietudes, se transformó en un camino de fe ardiente y de pensamiento luminoso.

San Agustín
San Agustín – LaluzdeMaria

Agustín Aurelio nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, en Numidia, en la actual Argelia. Su padre Patricio era pagano, mientras que su madre Mónica, cristiana devota, lo educó en la fe sin bautizarlo de niño. La infancia de Agustín fue vivaz y pronto mostró un carácter exuberante. Estudió en Tagaste y Madaura, y con solo dieciséis años se trasladó a Cartago gracias a la ayuda de un amigo de la familia. Allí inició una relación con una joven, de la cual tuvo un hijo, Adeodato.

San Agustín y la búsqueda filosófica

Como informa Santi e Beati, en Cartago se encendió en el Santo la pasión por el estudio y la filosofía, alimentada por la lectura del Hortensio de Cicerón. Sin embargo, la Sagrada Escritura le parecía demasiado simple y juzgaba la religión cristiana como “superstición pueril”. Por eso se acercó al Maniqueísmo, religión fundada en el dualismo entre bien y mal. Abrió escuelas de retórica primero en Tagaste y luego en Cartago, pero nunca encontró en el maniqueísmo las respuestas a su sed de verdad. El encuentro con el obispo maniqueo Fausto, en el 382, lo decepcionó aún más, iniciando su distanciamiento de esa doctrina.

De Roma a Milán: el encuentro con Ambrosio

En el 383 Agustín se trasladó a Roma, donde enseñó retórica, pero quedó amargado por el comportamiento deshonesto de sus estudiantes y por la hipocresía de los maniqueos locales. Dos años después obtuvo la prestigiosa cátedra de retórica en Milán. Allí ocurrió la transformación decisiva: conoció a san Ambrosio, cuyas predicaciones escuchaba con admiración, y a san Simpliciano, que lo guió hacia la lectura de los neoplatónicos. Su madre Mónica lo alcanzó en Milán, apoyándolo con la oración.

El episodio de la conversión

Un episodio decisivo se produjo en casa de su amigo Ponticiano, que le habló de la vida de los monjes y le hizo leer las Cartas de san Pablo. En el jardín de su casa, llorando, Agustín escuchó una voz interior que le decía: “Tolle, lege”(“Toma y lee”). Abrió el texto y encontró el pasaje de Romanos 13, que lo invitaba a revestirse de Cristo. Poco después, se retiró a Casiciaco para la preparación al Bautismo, que recibió en Milán en la Pascua del 387 junto a Adeodato y su amigo Alipio.

El regreso a África y la vocación sacerdotal

Durante el viaje de regreso a África, Mónica murió en Ostia, dejando a Agustín una herencia espiritual inmensa. De vuelta a Tagaste en el 388, fundó una pequeña comunidad monástica. Posteriormente se trasladó a Hipona, donde, casi contra su voluntad, fue ordenado sacerdote y luego obispo. En Hipona fundó un monasterio que se convirtió en centro de formación para el clero y escribió la Regla, que más tarde inspiró a las órdenes agustinianas.

La obra y la herencia de San Agustín

Como obispo se dedicó con pasión a la predicación, al cuidado de las almas y a la lucha contra las herejías, en particular el Maniqueísmo, el Donatismo y el Pelagianismo. Escribió obras fundamentales como las Confesiones y la Ciudad de Dios, que aún hoy influyen en la teología y la filosofía. Su vida estuvo marcada por la convicción de que solo Dios puede calmar la inquietud del corazón humano.

El culto

En el 429, mientras Hipona estaba sitiada por los Vándalos, Agustín cayó gravemente enfermo. Murió el 28 de agosto del 430, a los 76 años. Sus reliquias, tras varios traslados desde África a Italia, reposan hoy en Pavía, en la basílica de San Pietro in Ciel d’Oro. Por la profundidad de su pensamiento y su testimonio de fe, San Agustín es venerado como Doctor de la Iglesia y padre espiritual de generaciones de cristianos.

Fuente: Santi e Beati

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