Evangelio del día, 3 de septiembre: el anuncio de Jesús

Con el Evangelio del día del 3 de septiembre contemplamos a Jesús que entra en las casas, se acerca a los enfermos, sana y libera. Pero no se detiene allí: lleva a todas partes la buena noticia del Reino, porque su misión no conoce fronteras.

Evangelio del día, 3 de septiembre
Evangelio del día, 3 de septiembre – LaluzdeMaria

El Evangelio del día del 3 de septiembre nos introduce en una escena familiar e íntima: la casa de Simón. Aquí Jesús no es solo Maestro que habla en las sinagogas, sino amigo que entra en la vida cotidiana. La curación de la suegra de Pedro, obtenida con un gesto simple y directo, muestra la ternura de Dios que no permanece lejos, sino que se inclina sobre nuestras fragilidades. Es un Dios que toca, que se deja involucrar, que devuelve fuerza y dignidad.

Evangelio del día, 3 de septiembre: de la curación al servicio

Del Evangelio según san Lucas
Lc 4,38-44

En aquel tiempo, Jesús, al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba aquejada de una gran fiebre, y le rogaron por ella. Él se inclinó sobre ella, increpó a la fiebre y la fiebre la dejó. Y enseguida se levantó y se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos afectados por diversas enfermedades se los llevaban; y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían también demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo.
Al amanecer salió y se fue a un lugar desierto. Pero las multitudes lo buscaban, lo encontraron y trataban de retenerlo para que no se alejara. Pero él les dijo: «Es necesario que yo anuncie la buena noticia del Reino de Dios también a las otras ciudades; para esto he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Nos encontramos ante un detalle sorprendente: apenas curada, la mujer se levanta y se pone a servir. La curación no queda como un fin en sí mismo, sino que se convierte en misión. Quien encuentra la salvación de Cristo no permanece inmóvil, sino que se abre al don de sí mismo. Es una invitación también para nosotros: cuando el Señor nos levanta de nuestras fiebres interiores, nos llama a transformar la gratitud en servicio concreto hacia los demás.

Jesús que libera y devuelve la vida

La tarde trae consigo largas filas de enfermos y oprimidos. Jesús no se ahorra: sobre cada uno impone las manos, a cada uno le da atención personal. No es un taumaturgo de masas, sino un Salvador que mira cada rostro. Y los demonios, que incluso lo reconocen, son reducidos al silencio: no basta saber quién es Jesús, es necesario acogerlo con fe.

Una misión sin fronteras

A la mañana siguiente, Jesús busca un lugar desierto para orar, pero las multitudes lo persiguen y querrían retenerlo. Sin embargo, él recuerda el propósito de su venida: anunciar el Reino a todas las ciudades. No se deja encerrar por las expectativas de unos pocos, sino que abre el horizonte universal de su misión. Es un recordatorio también para nosotros: la fe no puede ser retenida, sino que debe compartirse, difundirse, llevarse más allá de nuestras seguridades.

El Evangelio del día del 3 de septiembre nos muestra a Jesús que sana, libera y anuncia con autoridad. Su presencia nunca es abstracta, sino concreta: entra en las casas, encuentra a los enfermos, se detiene delante de cada uno. Y es precisamente de este encuentro que nace la fuerza para vivir como sanados que se convierten en testigos.

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