Estamos en el monte de la oración y luego en medio de la multitud, donde Jesús revela su misión: elegir, enseñar, sanar. El Evangelio del día del 9 de septiembre nos enseña que de Él, precisamente de Jesús, brota una fuerza que da vida y esperanza.

El pasaje del Evangelio del día del 9 de septiembre se abre con un gesto decisivo: Jesús pasa la noche en oración. Antes de cada elección importante, el Hijo se confía al Padre. Este detalle no es marginal: nos muestra que la misión nace del diálogo con Dios. La oración no es tiempo perdido, sino el lugar donde maduran las decisiones. Aquí Jesús nos enseña que la verdadera fuerza del discípulo no viene del activismo, sino de la intimidad con Dios.
Evangelio del día, 9 de septiembre: la llamada
Del Evangelio según san Lucas
Lc 6,12-19
En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que también dio el nombre de apóstoles: Simón, al que dio también el nombre de Pedro; Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás; Santiago, hijo de Alfeo; Simón, llamado el Zelote; Judas, hijo de Santiago; y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor.
Bajó con ellos y se detuvo en un lugar llano. Había una gran multitud de sus discípulos y una gran muchedumbre de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para escucharlo y ser sanados de sus enfermedades; también los que eran atormentados por espíritus impuros eran curados. Toda la multitud trataba de tocarlo, porque de él salía una fuerza que sanaba a todos.
Después de la noche pasada en oración, Jesús llama y elige a los Doce. No los selecciona por méritos o competencias, sino por amor. Son hombres diferentes entre sí, con límites y fragilidades, y sin embargo destinados a convertirse en testigos. El Evangelio del día nos recuerda que la vocación nace de la iniciativa de Dios y no de las capacidades personales. Es Él quien transforma la debilidad en misión, el miedo en valentía.
La multitud que busca
El relato se traslada luego a un lugar llano, donde acuden discípulos y multitudes de todas partes. Todos buscan a Jesús, quieren escucharlo y tocarlo. Es una imagen poderosa: la sed del hombre encuentra la misericordia de Dios. En Él encuentran respuesta los enfermos, los atormentados, los extraviados. Cada uno recibe vida nueva, porque de Cristo brota una fuerza que sana a todos, sin exclusiones.
Aquella “fuerza que sanaba a todos” no es magia, sino amor encarnado. Es la potencia de Dios que pasa a través del cuerpo de Jesús, quien se deja acercar, tocar, estrechar. No tiene miedo del contacto con las heridas del hombre: es precisamente allí donde su gracia se manifiesta. El Evangelio del día nos enseña que la cercanía a Cristo nunca deja igual: quien lo encuentra queda sanado, liberado, renovado.
Un llamado también para nosotros
También hoy Jesús sigue eligiendo y llamando, sigue donando esa fuerza que sana. Nuestra tarea es buscarlo con corazón sincero, acercarnos a Él en la oración, en los sacramentos y en la comunidad. Tocar a Jesús significa dejarse tocar por su amor. Es allí donde nace la verdadera curación: no solo del cuerpo, sino del corazón y del alma.
Lee también: Frassati y Acutis: la emoción de la proclamación en San Pedro