Evangelio del día, 28 de septiembre: el rico y Lázaro

El Evangelio del día del 28 de septiembre nos pone delante de un contraste fuerte: la riqueza que cierra el corazón y la pobreza que abre al cielo. La parábola del rico y del pobre Lázaro nos interroga hoy como entonces: ¿qué cuenta de verdad en la vida?

Evangelio del día, 28 de septiembre
Evangelio del día, 28 de septiembre – LaluzdeMaria

Jesús, en el Evangelio del día del 28 de septiembre, cuenta de un hombre rico, vestido de púrpura y lino, que cada día hacía banquetes sin preocuparse de quien sufría. A su puerta estaba Lázaro, cubierto de llagas, que esperaba al menos las migas. Dos mundos que no se encuentran, divididos no solo por la condición social sino por la indiferencia. Es la imagen de un abismo creado no por la pobreza, sino por el egoísmo del corazón.

Evangelio del día, 28 de septiembre: la suerte cambiada

Del Evangelio según san Lucas
Lc 16,19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, llamado Lázaro, estaba a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse con lo que caía de la mesa del rico; pero eran los perros los que venían a lamer sus llagas.
Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles junto a Abraham. También el rico murió y fue sepultado. Estando en los infiernos entre tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham y a Lázaro junto a él. Entonces gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y refresque mi lengua, porque sufro terriblemente en esta llama”.
Pero Abraham respondió: “Hijo, acuérdate que en la vida tú recibiste tus bienes, y Lázaro sus males; ahora él es consolado y tú en cambio sufres tormentos. Además, entre nosotros y vosotros se ha fijado un gran abismo: los que quieren pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allí venir hasta nosotros”.
Él replicó: “Entonces, padre, te ruego que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos. Que los advierta seriamente, para que no vengan también ellos a este lugar de tormento”. Pero Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. Y él insistió: “No, padre Abraham, pero si uno de los muertos va a ellos, se convertirán”. Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos”».

Llega la muerte, y todo se invierte

Lázaro es acogido junto a Abraham, el rico en cambio cae en tormentos. La escena revela que la verdadera medida no es la riqueza terrena, sino el amor vivido. Abraham recuerda al rico que él ya había recibido sus bienes, mientras Lázaro sus males: ahora las partes se invierten. Es la lógica del Reino, donde los últimos se convierten en los primeros.

La urgencia de la conversión

El rico, en medio de las llamas, ya no piensa en sí mismo sino en sus hermanos: pide que Lázaro los advierta. Pero Abraham responde con firmeza: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen». No hacen falta signos extraordinarios, porque la Palabra de Dios es suficiente para cambiar la vida. Quien no escucha la Escritura, no se dejará convencer ni siquiera por un milagro.

La actualidad de la parábola

El Evangelio del día nos pone delante de una elección radical: vivir cerrados en nuestros bienes o abrir los ojos a los hermanos que llaman a nuestra puerta. No se trata solo de limosna, sino de un estilo de vida que pone a la persona en el centro, no al dinero. Hoy el abismo entre ricos y pobres se agranda más: esta parábola es un grito que nos impulsa a no quedar indiferentes.

La riqueza que salva

La verdadera riqueza no es acumular, sino compartir. Lázaro nunca habla en toda la parábola: es su presencia silenciosa la que interpela. Dios escucha el grito de los pobres incluso cuando el mundo los ignora. El rico, en cambio, tuvo palabras solo después de la muerte: demasiado tarde. La parábola nos invita a elegir ahora, con gestos concretos de amor, la riqueza que permanece para siempre.

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