En el Evangelio del día del 8 de octubre, Jesús nos enseña la oración más preciosa: el Padre Nuestro. Una oración que no es solo un conjunto de palabras, sino un camino de confianza y de amor filial hacia Dios.

El pasaje de hoy se abre con una pregunta sencilla y profunda: «Señor, enséñanos a orar». Es la petición de quien ha visto a Jesús orar y desea entrar en ese mismo diálogo íntimo con el Padre. En el Evangelio del día del 8 de octubre los discípulos no piden qué decir, sino cómo orar. Es la sed de quien quiere aprender a estar ante Dios con el corazón, no solo con los labios. Orar, nos enseña el Evangelio, no es repetir fórmulas, sino respirar la presencia de Dios. Es entrar en su voluntad, dejándose guiar por el Espíritu. El primer paso de la oración es reconocer que necesitamos ser enseñados, como niños que aprenden a hablar.
Evangelio del día, 8 de octubre: la palabra que lo cambia todo
Del Evangelio según San Lucas
Lc 11,1-4
Jesús estaba orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos».
Y Él les dijo: «Cuando oren, digan:
Padre,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano,
y perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,
y no nos dejes caer en la tentación».
La palabra clave del Evangelio del 8 de octubre es Padre. Jesús nos revela el verdadero rostro de Dios: no un juez distante, sino un Padre cercano, atento y lleno de misericordia. Rezar el Padre Nuestro significa entrar en una relación de confianza y de amor. Cada invocación del Padre Nuestro es una declaración de fe: pedimos que su nombre sea santificado, que venga su reino, que nos dé el pan y el perdón, y que nos custodie en la prueba. Es una oración que une cielo y tierra, espíritu y vida cotidiana. En esas pocas palabras está todo lo que se necesita para vivir como hijos y hermanos.
El perdón que abre el corazón
Jesús nos enseña que la oración auténtica pasa siempre por el perdón: «Perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos». No se puede hablar con Dios si el corazón permanece cerrado a los demás. El perdón es el respiro de la oración: libera, sana y devuelve la paz. Cuando perdonamos, el Padre vuelve a habitar en nuestro corazón. Es entonces cuando el Padre Nuestro se convierte en vida, y no solo en palabras.
Orar cada día como Jesús
El Evangelio del 8 de octubre nos invita a redescubrir la oración como relación cotidiana. Jesús no enseña una fórmula para recitar, sino un modo de vivir: dirigirse al Padre en toda circunstancia, reconocer su presencia, acoger su voluntad. Orar no cambia a Dios, pero nos cambia a nosotros: nos hace más verdaderos, más libres, más hijos.
Lee también: León XIV y la elección del nuevo Doctor de la Iglesia