Evangelio del día, 9 de octubre: pedid y se os dará

En el Evangelio del día del 9 de octubre, Jesús nos habla de la fuerza de la oración perseverante. Es una invitación a no desanimarse, a llamar con confianza a la puerta de Dios, seguros de que el Padre siempre escucha el corazón de quien pide con amor.

Evangelio del día, 9 de octubre
Evangelio del día, 9 de octubre – LaluzdeMaria

Una de las palabras fundamentales del Evangelio de hoy es confianza. Jesús nos presenta una escena cotidiana: un amigo que, en medio de la noche, pide pan para un huésped inesperado. Es un gesto de insistencia que podría parecer molesto, pero que se convierte en una imagen viva de la oración. Dios no es un amo molesto, sino un Padre que ama ver en sus hijos la constancia de quien realmente cree en su bondad. Jesús nos enseña que el verdadero creyente no se cansa de llamar. No para forzar a Dios, sino para abrir su propio corazón a la gracia. Orar con confianza significa decir: “Sé que me escuchas, aunque no vea inmediatamente el fruto”. Es esta confianza la que transforma la petición en relación, y la oración en encuentro.

Evangelio del día, 9 de octubre: la oración

Del Evangelio según San Lucas
Lc 11,5-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y va a medianoche a decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje un amigo mío y no tengo nada que ofrecerle”, y si desde dentro él le responde: “No me molestes, la puerta ya está cerrada, mis niños y yo estamos acostados, no puedo levantarme para dártelos”, os digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, al menos por su insistencia se levantará y le dará cuanto necesite.

Así que yo os digo:

pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla, y al que llama se le abrirá. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!».

“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.” Tres verbos que describen un camino. Pedir es el comienzo: reconocer que necesitamos a Dios. Buscar es el paso siguiente: ponerse en movimiento, dejarse guiar. Llamar, por último, es la perseverancia: no rendirse cuando la puerta parece cerrada.

Cada puerta, en el tiempo de Dios, se abre. No siempre como imaginamos, pero siempre para nuestro bien. Jesús no promete que recibiremos lo que queremos, sino lo que realmente necesita el corazón: el Espíritu Santo, el don más grande. Es Él quien transforma nuestras peticiones en luz y nuestras esperas en fe.

El rostro del Padre

En la última parte del pasaje, Jesús toca una cuerda profunda: el amor del Padre. Ningún padre humano daría una serpiente en lugar de un pez, ni un escorpión en lugar de un huevo. Si nosotros, con nuestras limitaciones, sabemos amar, ¡cuánto más Dios, que es amor puro, nos da solo el bien!

Esta imagen cambia todo temor: Dios no decepciona, no engaña, no castiga a quien lo busca. Él responde con la ternura de un Padre que conoce lo que necesitan sus hijos antes incluso de que se lo pidan.

El don que lo transforma todo

El Evangelio del día del 9 de octubre nos revela que la oración no cambia a Dios, sino que nos cambia a nosotros. No sirve para obtener, sino para aprender a recibir. Cuando pedimos el Espíritu Santo, pedimos llegar a ser más semejantes al corazón del Padre: pacientes, confiados, llenos de amor. La fe perseverante abre las puertas del cielo y nos enseña que ninguna noche es demasiado oscura para quien sigue llamando con confianza.

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