Evangelio del día, 25 de octubre: la paciencia de Dios

Hay una palabra que atraviesa el Evangelio del día del 25 de octubre como un hilo de oro: conversión. Jesús nos invita a leer la vida no como una suma de acontecimientos casuales, sino como un diálogo con Dios que espera nuestro cambio. Nada está perdido para quien se deja tocar por su amor.

Evangelio del día, 25 de octubre
Evangelio del día, 25 de octubre – LaluzdeMaria

El Evangelio del día del 25 de octubre nos muestra a un Jesús que no juzga, sino que llama a la reflexión. Cuando algunos le cuentan tragedias y desgracias, Él no alimenta el miedo ni la curiosidad morbosa: dirige la atención hacia el corazón. «Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera». No es una amenaza, sino una invitación urgente a no posponer. La conversión no es un acto repentino, sino un camino cotidiano, hecho de decisiones, perdón y verdad.

Evangelio del día, 25 de octubre: la higuera y la esperanza de Dios

Del Evangelio según San Lucas
Lc 13,1-9

En aquel tiempo, se presentaron algunos a contarle a Jesús lo sucedido con unos galileos, cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Tomando la palabra, Jesús les dijo:
«¿Creen que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, por haber sufrido tal suerte? No, les digo; pero si no se convierten, todos perecerán de la misma manera. ¿O piensan que aquellas dieciocho personas sobre las que cayó la torre de Siloé y las mató eran más culpables que todos los habitantes de Jerusalén? No, les digo; pero si no se convierten, todos perecerán de la misma manera».Y les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella, pero no lo encontró. Entonces dijo al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no encuentro nada. ¡Córtala! ¿Para qué va a ocupar inútilmente la tierra?”.
Pero el viñador le respondió: “Señor, déjala todavía este año, mientras la cavo y le pongo abono. Tal vez dé fruto en adelante; si no, la cortarás”».

La parábola de la higuera plantada en la viña es la imagen de la paciencia de Dios. El dueño se queja: hace años que ese árbol no da fruto, y sin embargo el viñador —figura de Cristo— pide aún tiempo, aún cuidado. Es la mirada de Dios que nunca se cansa del hombre, que cava, riega y abona nuestra vida con su gracia, esperando que finalmente demos frutos de bien.

El tiempo que se nos da

Cada uno de nosotros tiene un “año más” concedido por la misericordia. Es el tiempo de la conversión, aquel en el que Dios nos educa con ternura y espera. Pero este tiempo no es infinito: no podemos vivir como si todo pudiera posponerse. El Evangelio del 25 de octubre nos enseña que la vida es un don que debe florecer ahora, no mañana. Cada día es una ocasión para responder al Señor que pasa y nos llama a la plenitud.

Frutos que nacen del corazón

Dios no pide perfección, sino frutos: gestos concretos de amor, palabras que consuelan, perdón dado y recibido. La higuera de nuestra vida se vuelve fecunda cuando dejamos que la savia del Espíritu fluya en nosotros. Solo entonces el tiempo no será desperdiciado, sino transformado en bendición.

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