Evangelio del día, 26 de octubre: la humildad que salva

En el Evangelio del día del 26 de octubre, Jesús nos habla de la única oración que realmente llega al corazón de Dios: la de la humildad. En pocas líneas, nos revela que no basta creerse justos para serlo, y que la verdadera grandeza nace de reconocerse pequeños.

Evangelio del día, 26 de octubre
Evangelio del día, 26 de octubre – LaluzdeMaria

La lectura del Evangelio del día del 26 de octubre nos lleva a reflexionar sobre la humildad. En este sentido, Jesús cuenta una parábola que desenmascara toda forma de presunción. El fariseo, hombre religioso y observante, se presenta en el templo con la certeza de merecer el favor divino. Su oración es una lista de méritos, un monólogo que solo habla de sí mismo. No pide nada, porque cree no necesitar nada. Es un corazón cerrado, lleno de sí mismo.

Evangelio del día, 26 de octubre: el silencio del publicano

Del Evangelio según San Lucas
Lc 18,9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo también esta parábola para algunos que tenían la íntima presunción de ser justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, oraba así para sus adentros: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo”. El publicano, en cambio, quedándose a distancia, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador”.
Os digo que este, y no el otro, volvió a su casa justificado; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

El otro hombre, un publicano, es consciente de su fragilidad. Se queda aparte, no se atreve ni a levantar la mirada. Sus palabras son pocas, pero verdaderas: “Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador”. En esa súplica está todo: el reconocimiento de su miseria y la confianza en una misericordia más grande que sus límites. El publicano no se compara con nadie, no juzga: se entrega.

El que se humilla será ensalzado

Jesús invierte las lógicas humanas: no es el más “religioso” quien sale justificado, sino quien se entrega con sinceridad. La humildad no es desprecio de sí mismo, sino verdad ante Dios. Es el valor de dejar que sea Él quien nos salve, y no nuestras obras.
En un mundo que exalta la apariencia y la competencia, el Evangelio nos invita a volver al corazón, a arrodillarnos no por miedo, sino por amor.

Orar con el corazón verdadero

Orar, para Jesús, no es decir palabras perfectas, sino abrirse a una relación auténtica. El publicano nos enseña que basta una sola frase para tocar el cielo, si nace de un corazón sincero. Ésta es la oración que transforma: no la que demuestra, sino la que se entrega.

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