Evangelio del día, 17 de noviembre: la fe que abre los ojos

La fe es un grito que nace del corazón, un deseo profundo de luz cuando todo parece oscuro. El Evangelio del día del 17 de noviembre nos lleva al camino de Jericó, donde un encuentro inesperado cambia para siempre la vida de un hombre que no se rinde.

Evangelio del día, 17 de noviembre
Evangelio del día, 17 de noviembre – LaluzdeMaria

La reflexión sobre el Evangelio del día del 17 de noviembre nos coloca ante un ciego que no ve, pero reconoce más que todos. Es él quien, en el polvo del camino, nos enseña un recorrido hecho de confianza, insistencia y valentía. Y, sin embargo, no todo está aún revelado: lo que ocurre en este encuentro supera toda expectativa y abre un resquicio de luz sobre la fuerza de la fe.

Evangelio del día, 17 de noviembre: el grito que nace de la oscuridad

Del Evangelio según San Lucas
Lc 18,35-43

Mientras Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Al oír pasar a la gente, preguntó qué sucedía. Le anunciaron: «¡Pasa Jesús, el Nazareno!».
Entonces gritó diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara; pero él gritaba aún más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!».
Jesús entonces se detuvo y ordenó que se lo llevaran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él respondió: «¡Señor, que vuelva a ver!». Y Jesús le dijo: «¡Recobra la vista! Tu fe te ha salvado». Al instante recobró la vista y comenzó a seguirlo glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, dio gloria a Dios.

El ciego de Jericó vive al margen, invisible a los ojos de muchos. Sin embargo, cuando oye que Jesús pasa, no duda: su corazón reconoce una posibilidad. Grita su necesidad, sin vergüenza y sin miedo. Este primer gesto nos enseña que la fe no es un silencio resignado, sino una voz que se eleva incluso cuando otros quisieran hacernos callar. Es el valor de no renunciar a la esperanza.

Una pregunta que revela el deseo

Jesús se detiene —y ya esto es un milagro: Dios que escucha a quien es considerado pequeño—. Manda que lo acerquen y le formula una pregunta que atraviesa los siglos: «¿Qué quieres que yo haga por ti?». El Señor no supone, no impone: pregunta. Quiere que el deseo se convierta en palabra, que la petición se transforme en encuentro. Así crece la fe: poniendo delante de Dios lo que llevamos dentro.

La fe que salva y abre los ojos

La respuesta del ciego es simple y esencial: quiere volver a ver. Jesús no le ofrece solo la curación física, sino algo más grande: lo conduce a una vida nueva. «Tu fe te ha salvado» no es un cumplido, sino una revelación. Es la fe —confianza, grito, abandono— la que genera la luz que faltaba. El hombre no solo recupera la vista: comienza a seguir a Jesús, transformado por el don recibido.

Una luz que se convierte en testimonio

El milagro no se encierra en la intimidad del ciego curado: desborda. El pueblo ve y alaba a Dios. Cuando la fe abre los ojos, también ilumina a quienes nos rodean. Cada verdadero encuentro con Jesús se vuelve contagioso, transparente, capaz de suscitar alabanza.

Lee también: Jóvenes y adicciones: la alarma de León XIV

Gestione cookie